Mexican Popaganda

La obra de Alberto Mendiola

“Todo es ideología, y todo arte es propaganda.” Provocador aullido cuyo cinismo no debe ignorar el problema que enuncia y que resulta interesante repasar.

Asumimos la posmodernidad como la muerte de los grandes relatos. Un relato es una cierta filosofía de la historia, que nos cuenta el origen, el desarrollo y el final de algo, su sentido o dirección: su necesidad. Así, relatos como el cristianismo, el comunismo, el capitalismo o el cientificismo han perdido su credibilidad porque ninguno cumplió la promesa de bienestar que lo justificaba. La época contemporánea es una época caótica, y revela así que las ilusiones de la modernidad humanista fueron sólo eso, ilusiones, simples fábulas.

“Todo es ideología” significa que hemos aceptado como imposible un punto de vista que no esté contaminado por intereses subjetivos. Significa que no creemos más en la existencia de algo como la crítica, que se posicionaría fuera de la ideología, mostrándonos la verdad en contraste con la manipulación por ella denunciada. Ese punto de vista crítico, universal, absoluto, hegeliano, fue duramente destrozado por la propia autocrítica filosófica occidental, emprendida por los maestros de la sospecha, Nietzsche, Freud y Marx, de los cuales el primero, Nietzsche, es considerado el primer filósofo posmoderno, por haber revelado que ningún discurso persigue la verdad, sino la dominación, la “voluntad de poder”.

“Todo arte es propaganda” significa que ningún arte puede ser llamado hoy “auténtico”, “crítico”, “revolucionario”, en contraste con otro arte que sería “inauténtico” o “ideológico”, “burgués”. Significa que el llamado arte político, comprometido o revolucionario, sólo es una propaganda más, que se pretende del lado correcto de la historia, pero cuya historia está plagada de la misma violencia que éste denuncia. Lo revolucionario del arte, si es que algo así todavía es posible, estaría en su forma, en su montaje implícito, y no en su contenido, en su mensaje explícito. Pero el punto de vista crítico del artista comprometido parece haberse reducido a solamente ilustrar la agenda política vigente, mientras los medios y modos de actuar son los mismos que los de su contraparte, el arte comercial o mercenario.

De esta manera, Mexican Popaganda muestra una serie de flujos discursivos que se entremezclan a partir del mito de la identidad, de la mexicanidad o del nacionalismo. Lo mexicano se presenta de manera suspendida, entremezclada, deconstruida.  La iconografía prehispánica se satura junto a la serigrafía popular, y ésta a su vez, mediante un barroquismo digital, deviene cartel publicitario: al mismo tiempo cultura, al mismo tiempo mercado. Asistimos con ello a la conciencia de que no podremos encontrar, bajo las condiciones del capitalismo actual, ningún fenómeno que no sea un resorte político convertido al instante en una mercancía más, en una pop-aganda.

Los cortocircuitos entre estos dos discursos, la cultura, el mercado, se manifiestan en el propio proceso de elaboración de esta exposición. Mendiola recurre, por un lado, a la saturación cromática, al barroquismo luminoso. Le sirve de estrategia para mostrar el devenir iconográfico de un Cosijoeza lisérgico, que en un viaje perceptivo comienza a parecerse más al action painting de Pollock, al pop-art de Warhol, o a un anuncio de televisión. Por otro lado, la composición de las imágenes transita diversos lenguajes y disciplinas. Lo que parece impresión digital es el resultado de un entramado transdisciplinario que atraviesa la fotografía, la edición digital, el dibujo y la pintura de caballete, elaborado en diversos momentos y por diversos actores: el artista, los ayudantes, los interlocutores.

Mediante este recorrido, Mexican Popaganda encuentra el enclave de la ideología o propaganda nacionalista: el mito del mestizaje. Desde ese lugar, Mendiola re-plantea el problema de la identidad, la mexicanidad o lo mexicano, empleando símbolos de fácil reminiscencia y complejo entramado.

El mestizo puede identificarse con lo indígena sin serlo. Puede ocupar sus vestidos, cantar sus canciones y comer su comida; pero no se le ocurre plantear una economía comunitaria, alternativa al capitalismo neoliberal: el capital es lo moderno, y vivimos en un México mestizo-moderno. Puede bailar y celebrar la diversidad, pero no puede organizar la vida política de forma directa, ni pensar en una democracia real, participativa: para eso existe la democracia representativa, que es propia de naciones civilizadas, modernas. El mestizo refuerza la idea de que lo indígena es pasado superado. Ni blanco, ni negro, ni amarillo, ni azul: mestizo. Síntesis, unión, mezcla, raza cósmica que omite la violencia histórica, estructural, sobre la que se plantea el mito de la identidad nacional.

Esa supuesta síntesis entre lo pasado y lo futuro coloca al “mexicano” en una tensión entre la identidad y la propaganda. Los estudios y prácticas de la identidad mexicana han transitado por diversas etapas y han generado distintas escuelas de interpretación. Desde la desafortunada lectura que Samuel Ramos hizo del Perfil del hombre y la cultura en México, donde reproduce una serie de prejuicios autodenigrantes  (el mexicano es huevón, conformista, miedoso), pasando por el no menos penoso retrato del mexicano que Octavio Paz, heredando la visión burguesa de su maestro Ramos, elaboró en su Laberinto de la soledad (el mexicano es resentido, haragán, chingaqueduito), hasta los estudios más profundos sobre la identidad latinoamericana, alter-moderna, barroca, por parte de Bolívar Echeverría, o la ruptura del círculo hermenéutico que inteligentemente describe Roger Bartra en su Jaula de la melancolía, se hace evidente que el tema de la identidad mexicana requiere con urgencia de una re-elaboración crítica que tome en cuenta las circunstancias actuales, locales y globales, de este complejo entramado histórico-político.

Uno de los aportes a esta discusión proviene del arte. Es una reflexión a partir de imágenes, una reflexión estética. La reflexión estética es un asunto serio. El arte no es un adorno o una distracción, aunque haya quien se esfuerce por reducirlo a ello. Y es muy probable que llegue el día en que las disciplinas canónicas de la modernidad (ciencia, filosofía, psicología, sociología) tomarán nota metodológica de lo que los artistas presentan hoy como gesto, como provocación, para constituirse a posteriori en una estrategia de reflexión y comprensión de nuestra realidad.

 

Edgar Hernández Cruz, Filósofo de Cultura

Alberto Mendiola